ALFREDO VILLALBA, EL ROSTRO DE LA NOBLEZA FRENTE A LA ADVERSIDAD.

Por: Estefanía Useche 

 

“…en enero del año pasado, decidí dejar todo lo poco que tenía –materialmente hablando- estaba cansado de la vida que llevaba, pues tenía todo y a la vez no tenía nada. Las drogas estaban evaporando mi vida y acelerando la llegada de la muerte. Me fui del barrio donde me querían tanto, con un mero tiquete del metro, llegué a la estación Estrella y ahí comencé a caminar sin rumbo…”

Conocer a don Alfredo fue todo un placer. Mientras yo gastaba mis días yendo a trabajar a un lugar donde sentía que mi vida se me iba como agua por alcantarilla; después de clase de 6:00 am y con la derrota en mis hombros por la frustración del empleo que tenía, me bajé del bus y con la prisa de completar un trabajo de fotografía le pedí el favor de dejarse tomar una foto. Con la nobleza que reflejan sus ojos me dijo: claro que sí, dígame qué hago.

La foto fue rápida. Hubo espacio para un saludo, comprarle algo por pura cordialidad y seguir atravesando el puente en dirección a mi lugar de trabajo.

Después de este acercamiento, pasar por su puesto de ventas de dulces era una estación obligada. Ya no por cordialidad sino por placer. Era un gusto hablar con él. Alfredo Villalba es todo un ilustre caballero que comenzó a vender minutos y cajas de chicles; y al cabo de un mes ya tenía un cajón lleno de dulces. Cada semana se le veía más apropiado de su lugar de trabajo.

Poco a poco nos fuimos acercando. Mi interés por saber quién era él, me llevaba a tener largas conversaciones sobre porque barría todo el puente; si era rentable su negocio; porque leía tanto; que tipo de libros leía. Con el paso del tiempo ya compartíamos lecturas, risas, muchas risas. Día a día, con excepción de los domingos, también compartíamos un tierno saludo de buenos días.

Al sentirnos más cercanos, ya hasta nos confiábamos asuntos muy personales. Me aconsejaba y yo quedaba perpleja de las palabras tan hermosas que decía; pues mi cabeza no lograba asimilar la capacidad de reflexión de este hombre.

Nació en Cali, Valle del Cauca en el año de 1964. A los 8 años ya trabajaba vendiendo dulces en las calles. A los 10 años, por influencia de unos primos mayores, probó la marihuana; vicio que lo amarró junto con el bazuco y la cocaína a 29 años de adicción. Desde hace aproximadamente dos años está limpio; no ha podido dejar el cigarrillo pues siente que es casi como su aire para respirar. Esa era la frase de casi todos los días –¿don Alfredo, ya dejó de fumar?- Y él con su carcajada característica me respondía –algún día mami, algún día.

El 10 de enero del 2014 salió de su casa sin rumbo alguno. Estaba cansado de la vida que llevaba, pues no tenía contacto con sus hijos. Sus vicios estaban acabando con la vida que llevaba; y pasó de tener una microempresa de elaboración de caucho dulce (jalea dura para comer) y su fábrica de bombones de coco, a no saber qué hacer con su vida. Es así como se sube al Metro de Medellín con la determinación de buscar nuevos rumbos; solo, sin nadie que lo acompañe y sin nada que le pese en la espalda se desprende de todo lo material y con un mero plástico para resguardarse del agua se va hasta la estación Estrella. Comienza a caminar sin saber hacia dónde; pasa dos días caminando, resguardándose de la lluvia y el frío. Ya en camino al municipio de Caldas, una noche fría, escucho en tres ocasiones una voz, según don Alfredo, la voz de Dios que tres veces le dijo, “devuélvase”. Confundido y seguro de que era un mandato divino lo hizo y regreso sin nada a Medellín, donde la vida le tenia preparada otra oportunidad. Ahora es un personaje entrañable del barrio Caribe, un barrio característico por mecánicos, trabajadoras sexuales, confeccionista, obreros y demás. Un barrio que cuenta con mucha nostalgia, un barrio al que le hacía falta un personaje como Alfredo Villalba. Don Alfredo, ese que con total humildad me hizo una carta para el día de mi cumpleaños y quien con cada palabra me ha enseñado a abrir los ojos y dejar de ver solo hasta donde llega mi nariz.

Dedicado con total gratitud a Alfredo Villalba un verdadero amigo, de esos que ya no hay.

 

 

 

Estampido de media noche

por Mateo Flórez
Las primeras estrellas comenzaban ya a invadir el centro del cielo a tonalidades distintas, mientras los grillos entonaban a un solo compás la melodía de la noche. El olor asfalto, ya minado de cartuchos, anunciaban con prontitud el toque de queda en la ciudad.
- Antonio, ¿será que Gustavo si alcanzará a llegar?
-Claro que sí Carmina, él siempre termina llegando- Dijo Antonio sin apartar la vista del periódico.
-Pero es que ya lleva una hora de retraso.
-Ya vendrá. La otra vez volvió como una hora más tarde. A lo mejor el Coronel le asignó hacer una última ronda como la otra vez. Así que estate tranquila –Dijo Antonio sin apartar la mirada del periódico.
Carmina apartó a un lado un abrigo que andaba tejiendo, y dejando una puntada a medias como solía hacerlo, se dirigió con  paso lento y con ademanes de zozobra, hacía la única ventana de la casa; tal vez con la ilusión de ver llegar a su primogénito.
-  Antonio.
-  Antonio.
- ¡Antonio! – Replicó Carmina con voz fuerte.
- ¡Qué sucede! – Respondió sin apartar la mirada del periódico.
-¿Y si le pasó algo a Gustavo?
- ¿Qué le va a pasar?
- Pues… tu más que yo sabes.
- Él está con su brigada y son una de las mejores provistas en armas en el país. Además tienen prohibido andar solos. 
- No, Antonio, ahora no es así.
-Te repito que sí, Carmina. Es una ley general que los militares permanezcan con su brigada.
-Te equivocas Antonio, recuerda que ayer se le dio órdenes a los Coroneles de dividir a sus brigadas en subdivisiones con el fin de abordar la mayor parte de la ciudad. Pero no se dan cuenta que por el contrario pierden seguridad en ciertos lugares de la ciudad por tener menos militares en cada zona. Mira, ya va más de una hora y Gustavo aún no llega.
- Ya vendrá Carmina, ya vendrá – Dijo Antonio un tanto vencido y dejando escapar  un tono de inseguridad.
Antonio había dejado a un lado el periódico vespertino, para entregarse a una profunda reflexión que parecía no acabar muy pronto; mientras Carmina espiaba por la ventana el firmamento que oscurecía sin fin alguno.
Al cabo de un tiempo, y sin pedir permiso, un estampido de ametralladoras irrumpió en la calle solitaria de la noche que ahora brillaba con gran furor. Más allá al fondo, el sonido de un cuerpo cayendo de bruces, anunciaban que el fogonazo y la vida de otro hombre había terminado.
- Antonio.
- Antonio.
- ¡Antonio! – Replico Carmina sin aparta la vista de la calle.
- ¡Qué pasa! –Ignoró Antonio.
- Gustavo… -Tartamudeo Carmina.
- Él, él volverá pronto. –Dijo Antonio.            

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